lunes, 13 de agosto de 2012

Andanzas de la rana urbana


En esos túmulos del rencor


La Plaza Wichita es un justo homenaje a todas las etnias apaches. Recuerda al indio Jerónimo, que se levantó en armas cuando Arizona era territorio mexicano, porque fueron soldados de nuestro "glorioso" ejército, quienes le mataron a su madre, a su esposa y a sus hijos.


No creo que sea casual que en esta parte de la ciudad se esté homenajeando a un rebelde que no encontró sitio para emigrar, precisamente porque tenía razón en rechazar lo mexicano y lo gringo. Es el precio de vivir en lugares fronterizos. Y San Bartolo Tenayuca es uno de esos lugares entre el Estado de México y el Distrito Federal.

He aprendido con los años, y las caminatas, que cada sitio tiene su magia, que ésta se va generando con los recuerdos que dejan los acontecimientos, la memoria de gente que llega, se establece y finalmente muere, como moriremos todos los que aún estamos aquí.


Tenayuca era un pueblo que estaba en constante pleito con los Otomíes del Valle del Mezquital. Los sacerdotes católicos, en el tiempo de la colonia, fundaron Tlalnepantla para atemperar las guerras entre ambos grupos. El nombre quiere decir "tierra de enmedio". Esos primeros ingenieros sociales construyeron un lugar donde pudieran coexistir miembros de ambos bandos sin pelear. 

En Tlalnesburgo, como dice un amigo residente del lugar, florece el comercio. Y tiene razón. Tlalnepantla es, en realidad, un burgo. Un lugar donde han encontrado cabida personas de las más disímiles maneras de pensar. Un lugar que sirvió de puente para que los desafiantes otomíes, considerados como "gente perro" por los refinados mexicas, llegaran a vivir a Laguna Ticomán y fundaran lo que hoy se conoce como los barrios alto y bajo de Cuautepec.

Esos rumbos me hablan de tenacidad, audacia. Entereza que sirvió para lograr un bienestar material que nada le pide al boato de los ricos pero que no alcanza a curar del todo las heridas de ser excluído. 








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