viernes, 8 de julio de 2011

Y que me dan taco de ojo

Una de las muchas distracciones de que disfruto en mi chamba, es la de ver cómo están decorados los camiones. Casi es como entrar en una casa. Y es que para los choferes, realmente, es el sitio donde viven, y del que viven.
Aprecien ustedes mismos, lectores, la calidad de la melcocha. Piquen, liquen, califiquen y luego critiquen el folclore que se ve en esta unidad, que cubre una de las múltiples rutas que salen del metro Rosario hacia la hermana república de Tlalnepantla Toca lugares como Plaza Millenium, Toltecas, Ampliación B. Vista, Barrientos, Suburbano, ¡Walmart!
El orgulloso piloto de la nave, me ha dicho que tardó más de cinco años en reunir la colección de muñecos que convierten el interior del vehículo en una sala de museo y que lo hacen irrepetible. En verdad que da dolor pensar que toda esa réplica del país de Liliput quedará convertida en chatarra con el crecimiento del Mexibus, que si bien es rápido, limpio, eficiente y seguro, también es frío e impersonal.
Y si no, piensen ustedes: ¿veremos algún día, en los flamantes metrobuses, tan siquiera unos zapatitos de niño colgados junto al espejo? Hoy se nos antojan cosas de gente naca y corriente, pero aún en ese chabacanismo, hay una parte cálida, humana, a la que estamos renunciando. En los nuevos transportes no hay lugar para estilitos personales, tampoco tienen cabida rateros ni cantantes, ya no hay vendedores de helados ni de dulces, pero también, se registran más riñas entre pasajeros.

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