Hoy quiero dar mi punto de vista sobre Adolf Hitler. Y lo voy a dar a sabiendas de que al
leerlo muchos me van a dejar de seguir, pero me saltan a la vista cosas que
pienso que los demás pueden ver pero que fingen que no están ahí; lo “correcto”
aquí y ahora es dar por hecho que no están, que igual y nunca estuvieron. Lo
mejor de todo es que no se necesita ser nazi
para poderlo entender pero ayuda en algo ser intelectual malogrado. O mejor
todavía: pasar años y felices días picando cantera en el medio del espectáculo.
Siempre ha existido una forma de controlar a la
gente que hoy identificamos como ingeniería social y
que funciona para cada individuo desde la cuna hasta la tumba. Lo primero con
lo que nos topamos es con la familia. Darse cuenta de qué le gusta a papá, qué
le gusta a mamá y hacerlo es en lo que consiste la competencia entre hermanos.
Gana el que lo detecta –o lo adivina– más pronto, según la expectativa de cada
pareja de progenitores.
En algún punto me siento identificada con el
canciller alemán. En su hogar hubo alcoholismo
por parte del padre. No sé si la madre haya tenido esquizofrenia
pero era demasiado permisiva y hacía poco –si es que hacía algo– por defender a
sus hijos de los maltratos del padre. Era una mujer muy metida en su rollo de
ama de casa, así como mi padre prefirió un trabajo que lo obligara a viajar
porque de esa forma huía de la locura de su mujer.
El führer y yo
coincidimos en que el progenitor de nuestro mismo sexo fue el más exigente con
cada uno de nosotros. Y fue el progenitor que rechazamos para sobrevivir. Alois Hitler era
burócrata aduanero en Austria y quería que su
hijo fuera, como él, funcionario de gobierno. Mi madre, cirujana dentista,
quería que yo abrazara esa misma profesión. Cada uno de nosotros dijo “No” a
los respectivos ancestros porque nuestro
deseo era convertirnos en artistas. Él apostó por la pintura y yo por la
actuación. En esto juega un papel la publicidad que se hace de cada oficio, que
hasta el más humilde tiene quiénes hablen bien y el trabajo más encumbrado
tiene sus detractores.
El caso es que Adolf, con dieciséis años y reprobado
en todo menos en dibujo, decidió que ese era el talento que debía desarrollar.
Yo, con diez años ya sabía que mi habilidad era dejar que me vieran sin sentir
que quisieran dirigirse a mí. Sólo tenía que buscar algo qué hacer cuando
estaba frente a mis observadores y descubrí que entre mejor lo hiciera y más
bonita me viera, más querida y aceptada podía ser; que mientras me aceptaran
todos, ¡aunque a mi madre no le gustara! Y jamás le gustó.
Puedo entender a ese muchacho andrajoso que caminaba
por las calles de Viena vendiendo acuarelas y
que a veces no conseguía llegar a fin de mes. Era la misma angustia que yo
sentía cuando contemplaba cómo todo mundo se integraba a sus labores en el
inicio de cada mañana y me veía con las manos vacías porque no había tenido
llamado.
Para él sonó una campana: la Primera Guerra Mundial. Como integrante del ejército disfrutó de la
vida ordenada que no pudo llegar a tener con la venta de sus dibujos. Claro
está que al terminar la contienda ya no quiso regresar al trasiego rayano en la
mendicidad que había sido su día a día y al afiliarse al ejército, en realidad
tomó lo que en un principio rechazara de papá. Tenía entonces veinticinco años.
A esa misma edad era imposible que volviera sobre mis pasos y decidiera
estudiar para dentista. En ese sentido, nacer hombre es nacer con la mitad de
la vida resuelta. Afortunadamente para mí, ni en la juventud ni ahora he
sentido arrepentimiento por haber tomado la decisión de no aceptar a mi madre.
Hoy tengo sesenta y siete años. He rebasado la edad
a la que dicen que Hitler se suicidó en la primavera de 1945. Aún no llego a la
edad que dicen que había cumplido cuando murió en Argentina, de muerte natural
con más de setenta. ¿Si reviviera, qué pensaría Alois Hitler de todo lo que
hizo su hijo como funcionario gubernamental? Finalmente Adof fue obediente y en
recompensa tuvo dinero y poder pero si no fue cierto que se quitara la vida, ¡vivió
escondido por lo menos un cuarto de siglo! Tan triste eso como pegarse un
balazo.
¿Lo que logramos en nuestra existencia es lo que
esperaron papá y mamá? ¿O es que en
realidad ganamos los hijos desobedientes? Yo como Hitler tampoco llegué al
estrellato pero he vivido de lo que sé hacer con mis muñecos y mi guitarra y
para desarrollar esas habilidades no necesité a mamá. Tengo una obra escrita
además de todo lo que grabé y filmé y que genera regalías. Hitler como yo,
tiene su pictografía y sus cuadros se han subastado aun generando polémica. Y
él como yo, para tener la destreza de crear esos lienzos, tampoco necesitó a
papá.
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