sábado, 5 de abril de 2025

Y lo mejor del fracaso…

 

Hoy quiero dar mi punto de vista sobre Adolf Hitler. Y lo voy a dar a sabiendas de que al leerlo muchos me van a dejar de seguir, pero me saltan a la vista cosas que pienso que los demás pueden ver pero que fingen que no están ahí; lo “correcto” aquí y ahora es dar por hecho que no están, que igual y nunca estuvieron. Lo mejor de todo es que no se necesita ser nazi para poderlo entender pero ayuda en algo ser intelectual malogrado. O mejor todavía: pasar años y felices días picando cantera en el medio del espectáculo.



Siempre ha existido una forma de controlar a la gente que hoy identificamos como ingeniería social y que funciona para cada individuo desde la cuna hasta la tumba. Lo primero con lo que nos topamos es con la familia. Darse cuenta de qué le gusta a papá, qué le gusta a mamá y hacerlo es en lo que consiste la competencia entre hermanos. Gana el que lo detecta –o lo adivina– más pronto, según la expectativa de cada pareja de progenitores.

En algún punto me siento identificada con el canciller alemán. En su hogar hubo alcoholismo por parte del padre. No sé si la madre haya tenido esquizofrenia pero era demasiado permisiva y hacía poco –si es que hacía algo– por defender a sus hijos de los maltratos del padre. Era una mujer muy metida en su rollo de ama de casa, así como mi padre prefirió un trabajo que lo obligara a viajar porque de esa forma huía de la locura de su mujer.



El führer y yo coincidimos en que el progenitor de nuestro mismo sexo fue el más exigente con cada uno de nosotros. Y fue el progenitor que rechazamos para sobrevivir.  Alois Hitler era burócrata aduanero en Austria y quería que su hijo fuera, como él, funcionario de gobierno. Mi madre, cirujana dentista, quería que yo abrazara esa misma profesión. Cada uno de nosotros dijo “No” a los respectivos ancestros porque  nuestro deseo era convertirnos en artistas. Él apostó por la pintura y yo por la actuación. En esto juega un papel la publicidad que se hace de cada oficio, que hasta el más humilde tiene quiénes hablen bien y el trabajo más encumbrado tiene sus detractores.



El caso es que Adolf, con dieciséis años y reprobado en todo menos en dibujo, decidió que ese era el talento que debía desarrollar. Yo, con diez años ya sabía que mi habilidad era dejar que me vieran sin sentir que quisieran dirigirse a mí. Sólo tenía que buscar algo qué hacer cuando estaba frente a mis observadores y descubrí que entre mejor lo hiciera y más bonita me viera, más querida y aceptada podía ser; que mientras me aceptaran todos, ¡aunque a mi madre no le gustara! Y jamás le gustó.



Puedo entender a ese muchacho andrajoso que caminaba por las calles de Viena vendiendo acuarelas y que a veces no conseguía llegar a fin de mes. Era la misma angustia que yo sentía cuando contemplaba cómo todo mundo se integraba a sus labores en el inicio de cada mañana y me veía con las manos vacías porque no había tenido llamado.

Para él sonó una campana: la Primera Guerra Mundial. Como integrante del ejército disfrutó de la vida ordenada que no pudo llegar a tener con la venta de sus dibujos. Claro está que al terminar la contienda ya no quiso regresar al trasiego rayano en la mendicidad que había sido su día a día y al afiliarse al ejército, en realidad tomó lo que en un principio rechazara de papá. Tenía entonces veinticinco años. A esa misma edad era imposible que volviera sobre mis pasos y decidiera estudiar para dentista. En ese sentido, nacer hombre es nacer con la mitad de la vida resuelta. Afortunadamente para mí, ni en la juventud ni ahora he sentido arrepentimiento por haber tomado la decisión de no aceptar a mi madre.



Hoy tengo sesenta y siete años. He rebasado la edad a la que dicen que Hitler se suicidó en la primavera de 1945. Aún no llego a la edad que dicen que había cumplido cuando murió en Argentina, de muerte natural con más de setenta. ¿Si reviviera, qué pensaría Alois Hitler de todo lo que hizo su hijo como funcionario gubernamental? Finalmente Adof fue obediente y en recompensa tuvo dinero y poder pero si no fue cierto que se quitara la vida, ¡vivió escondido por lo menos un cuarto de siglo! Tan triste eso como pegarse un balazo.



¿Lo que logramos en nuestra existencia es lo que esperaron papá y mamá?  ¿O es que en realidad ganamos los hijos desobedientes? Yo como Hitler tampoco llegué al estrellato pero he vivido de lo que sé hacer con mis muñecos y mi guitarra y para desarrollar esas habilidades no necesité a mamá. Tengo una obra escrita además de todo lo que grabé y filmé y que genera regalías. Hitler como yo, tiene su pictografía y sus cuadros se han subastado aun generando polémica. Y él como yo, para tener la destreza de crear esos lienzos, tampoco necesitó a papá.

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