domingo, 23 de febrero de 2014

Hambre, saudad y egoísmo



Supe de la muerte de un grupo de inmigrantes marroquíes que intentaron alcanzar la costa de España. Quedé conmovida. También sentí que me hervía la sangre cuando leí comentarios de españoles que, según ellos, no hacen más que defender lo suyo, que con la presencia de extranjeros que llegan a trabajar, sienten amenazadas sus tradiciones, sus costumbres, su cultura, su religión y todo el modo de vida que les es familiar.

Leí temas de historia de la economía en occidente. Recibí un verdadero impacto al saber que toda la cultura se generó a partir de requerimientos del trabajo y el comercio, y si saber tal cosa fue un impacto para mí, tengo que entender que mucha gente, incluso, lo ignore; pero el hecho cierto es que las costumbres, las tradiciones y hasta la creencia en un dios, son elementos desechables cuando dejan de servir a los intereses de las actividades productivas.

Soy descendiente de inmigrantes españoles. La República Mexicana es mi país, porque mis ancestros no encontraron, en Europa, elementos que les ayudaran a sobrevivir y defenderse. La llegada de mis ascendientes a estas tierras data de la época de la primera República Española, hasta donde puedo estar segura, porque al terminar mi primer libro, empecé con la sensación de que no habían sido cristianos  ni judíos, sino musulmanes conversos, de tal manera que puede ser que vengan de más atrás. Después de todo, un español que viene a establecerse a América, lo hace con el apoyo de gente que ya está aquí y que ha pagado su viaje. Si algo tiene el inmigrante de la Península Ibérica, es que no llega a la deriva. 


Lo que piensan en España de los marroquíes, lo pensamos nosotros de los centro y sudamericanos que forzosamente tienen que cruzar México para llegar a sus objetivos, que son Canadá y Estados Unidos. Lo mismito pensamos de un grupo de cantoneses, allá por mayo de 1911, en Torreón, cuando una turba de soldados ebrios arremetió contra una comunidad de trescientas personas, incidente del que poco se habla en la historia y eso, ahí nada más en la Comarca Lagunera. Orgía de sangre que casi nos lleva a la guerra con China. 

 Hay, por el estado de Chiapas, un lugar que se llama “La Arrocera”, que tiene fama por la crueldad de los policías de migración al ejercer violencia en contra de los extranjeros. En el río Suchiate, se supo del caso de una mujer salvadoreña que fue obligada a quedarse en el agua por más de doce horas, hasta que pereció ahogada por agotamiento.

Los connacionales que emigran “al gavacho” (E.U.A.), también cuentan sus historias de las golpizas y humillaciones que reciben de los guardias fronterizos. Grandes odiseas de cruzar a nado el Río Grande (Río Bravo). Historias que casi siempre tienen un “final feliz”, representado por la obtención de la famosa “green card”.



 La migración es el juego que sustituye a la esclavitud. Las situaciones que obligan a la gente a dejar sus lugares de origen se marcan, por razones políticas, desde la familia: pobreza, malos tratos, enfermedades mentales, rechazo de compañeros de escuela, trabajo, vecinos, y rematando con sistemas de gobierno arbitrarios. Todo está preparado para que nunca falte alguien que se sienta impulsado a huir de una vida sin más perspectivas que estar defendiéndose de abusos, o perpetrando chingaderas para ganarse, si no el respeto, por lo menos el reconocimiento a su fuerza y, aún así, no tener posibilidades de ingresos que sirvan para más de lo indispensable. En mi juventud tuve una experiencia con una red enganchadora de gente para Norteamérica. Creo que fue acertada mi decisión de seguir siendo mexicana. Así moriré. 

Con la forma de trabajar que tengo, he visitado muchas capitales de estado y cabeceras de municipio. Pululan, entre los vendedores, dichos que rezan: “De lejos sabe llegar el que sin nada te ha de dejar”, “Un peso que ganen ellos, es un peso que la gente ya no nos da”. El ambulantaje es condenado por los mismos ambulantes y, en los países del mundo, son los mismos inmigrantes quienes no quieren que llegue gente nueva a un lugar. La desgracia es que pensamos y sentimos como inmigrantes hasta la cuarta generación.

El nacionalismo es un invento de comerciantes. Los países se formaron para satisfacer necesidades del comercio. Si no me creen, ahí está la historia de todos esos lugares de Europa en cuyos nombres se conserva la palabra “burgo”. Ahí también nacieron las cofradías y con ellas, los símbolos y sentimientos patrios. Todo un ardid de los burgueses para pasar por encima de la autoridad del feudo.














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