lunes, 18 de abril de 2011

CHORROGÉSIMA FUNCIÓN, anecdotario de una vida en los camiones y las tablas que agarré.

En aquel tiempo, en que Marcos y su Ejército Zapatista estaban en su apogeo, me dio por viajar a esas regiones del país. Había muchísima angustia, principalmente porque nadie veía claro si iban a balacear al Espíritu Santo o le iban a dar su agüita a la Paloma de la Paz. Lo que sí, es que la gente estaba cazando a ver qué pájaro se echaba al plato para comer.
            

En el ejercicio de esta chamba que tengo de juglar moderna, me subí a un camión de tantos en San Cristóbal de las Casas, presenté a mi muñeco y empezamos a hablar. Se escuchó de pronto una extraña carcajada. Me entusiasmé ante la evidencia de que mis chistes estaban entrando bien, pero tenía la sensación de que la gente allá se ríe de un modo muy peculiar.
           

Al dar las gracias, descubrí unos guajolotes que estaban amarrados de las patas, adentro de una bolsa de mandado. Quise comprarlos para llevarlos conmigo y que me sirvieran de paleros, pero el dueño se negó a vender.


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