Supe de la
muerte de un grupo de inmigrantes marroquíes que
intentaron alcanzar la costa de España. Quedé conmovida. También sentí que me
hervía la sangre cuando leí comentarios de españoles que, según ellos, no hacen
más que defender lo suyo, que con la presencia de extranjeros que llegan a
trabajar, sienten amenazadas sus tradiciones, sus costumbres, su cultura, su
religión y todo el modo de vida que les es familiar.
Leí temas de historia de la economía en
occidente. Recibí un verdadero impacto al saber que toda la cultura se generó a
partir de requerimientos del trabajo y el comercio, y si saber tal cosa fue un
impacto para mí, tengo que entender que mucha gente, incluso, lo ignore; pero
el hecho cierto es que las costumbres, las tradiciones y hasta la creencia en
un dios, son elementos desechables cuando dejan de servir a los intereses de
las actividades productivas.
Soy descendiente de inmigrantes españoles.
La República Mexicana es mi país, porque mis ancestros no encontraron, en
Europa, elementos que les ayudaran a sobrevivir y defenderse. La llegada de mis
ascendientes a estas tierras data de la época de la primera República Española,
hasta donde puedo estar segura, porque al terminar mi primer libro, empecé con
la sensación de que no habían sido cristianos
ni judíos, sino musulmanes conversos, de tal manera que
puede ser que vengan de más atrás. Después de todo, un español que viene a
establecerse a América, lo hace con el apoyo
de gente que ya está aquí y que ha pagado su viaje. Si algo tiene el inmigrante
de la Península Ibérica, es que no llega a
la deriva.
Lo que piensan en España de los marroquíes,
lo pensamos nosotros de los centro y sudamericanos que forzosamente tienen que cruzar México para llegar a sus objetivos, que son Canadá y Estados Unidos. Lo mismito pensamos de un grupo de cantoneses, allá por mayo de 1911, en Torreón,
cuando una turba de soldados ebrios arremetió contra una comunidad de
trescientas personas, incidente del que poco se habla en la historia y eso, ahí
nada más en la Comarca Lagunera. Orgía de sangre que casi nos lleva a la guerra
con China.
Hay, por el estado de Chiapas, un lugar que
se llama “La Arrocera”, que tiene fama por
la crueldad de los policías de migración al ejercer violencia en contra de los
extranjeros. En el río Suchiate, se supo del
caso de una mujer salvadoreña que fue obligada a quedarse en el agua por más de
doce horas, hasta que pereció ahogada por agotamiento.
Los connacionales que emigran “al gavacho”
(E.U.A.), también cuentan sus historias de las golpizas y humillaciones que
reciben de los guardias fronterizos. Grandes odiseas de cruzar a nado el Río Grande (Río Bravo). Historias que casi
siempre tienen un “final feliz”, representado por la obtención de la famosa “green card”.
La migración es el juego que sustituye a la
esclavitud. Las situaciones que obligan a la gente a dejar sus lugares de
origen se marcan, por razones políticas, desde la familia: pobreza, malos
tratos, enfermedades mentales, rechazo de compañeros de escuela, trabajo,
vecinos, y rematando con sistemas de gobierno arbitrarios. Todo está preparado
para que nunca falte alguien que se sienta impulsado a huir de una vida sin más
perspectivas que estar defendiéndose de abusos, o perpetrando chingaderas para
ganarse, si no el respeto, por lo menos el reconocimiento a su fuerza y, aún
así, no tener posibilidades de ingresos que sirvan para más de lo indispensable.
En mi juventud tuve una experiencia con una red enganchadora de gente para Norteamérica. Creo que fue acertada mi
decisión de seguir siendo mexicana. Así moriré.
Con la forma de trabajar que tengo, he
visitado muchas capitales de estado y cabeceras de municipio. Pululan, entre
los vendedores, dichos que rezan: “De lejos sabe llegar el que sin nada te ha
de dejar”, “Un peso que ganen ellos, es un peso que la gente ya no nos da”. El
ambulantaje es condenado por los mismos ambulantes y, en los países del mundo,
son los mismos inmigrantes quienes no quieren que llegue gente nueva a un
lugar. La desgracia es que pensamos y sentimos como inmigrantes hasta la cuarta
generación.
El nacionalismo es un invento de
comerciantes. Los países se formaron para satisfacer necesidades del comercio.
Si no me creen, ahí está la historia de todos esos lugares de Europa en cuyos
nombres se conserva la palabra “burgo”. Ahí
también nacieron las cofradías y con ellas, los símbolos y sentimientos patrios. Todo un ardid de los burgueses para pasar por encima de la autoridad
del feudo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario