El ser humano es un
animal que ríe, que tiene capacidad para ver el lado serio de las
cosas tontas y el lado tonto de las cosas serias. Es en esto último
cuando un comediante puede levantar más ámpula, pero se nos olvida
que el humor es amoral, no selecciona. Simplemente, saca los trapos
al sol. La función del cómico es mostrar una realidad, no
provocarla, el
humor es un mecanismo inofensivo para sacar la hostilidad; si la
violencia ya nos está rebasando, ¡pues los chascarrillos tienen
que estar a la altura!
El chiste que por su
profundidad ha levantado tantas pasiones, ofende porque exhibe la
clase de sociedad que somos, tal cual. La risa es la primera crítica
que recibe una conducta censurable, pero es doloroso reírnos de
nuestra miseria, de nuestras omisiones, del oportunismo que han
mostrado muchas personas que se cuelgan del caso de la Guardería ABC porque viven de la desgracia y no porque les importen los
niños. Esos, que se ven ahora descobijados, son quienes arremeten
contra el compañero, como si con ello fueran a limpiar la materia
fecal que llevan dentro, por no hablar ya de la que traen embarrada
en las manos.
La
verdad no peca, pero incomoda y, para acabarla de amolar, somos un
país de pusilánimes, solemnes y cursis. Por eso nos peinamos de
raya enmedio cuando Eugenio Derbez
le vio, su verdadero tamaño, a la balacera en los alrededores del
estadio de Torreón. Recuerden que ni siquiera fue dentro de las
instalaciones, para que más se vea la coyonería que nos adorna, que
al primer tirititito ya nos estamos quejando. ¡En lo que han venido
a parar nuestros norteños valientes y francos! Lo más seguro es que
en realidad nunca hayan sido eso.
El
verdadero humorista no se retracta. Podrá complacer a la gente,
pero eso no quiere decir que deje de observar la regla número uno
del comediante: es preferible perder un amigo que perder un buen
chiste. El chiste es franco, el amigo, puede que no.