lunes, 19 de noviembre de 2012

Canción trepidante


Ciudad de México, 28 de julio de 1957. Apenas me perfilaba en el vientre de mi madre.

Solo dicen aquellos que vieron,
que la gente lloró por El Ángel.
No me hablaron de muertos ni heridos,
todo estaba pintado de rosa.
Divertido rebote de cosas,
un momento de ruidos extraños.
Un temblor era cosa sencilla,
terremoto, pues una palabra
que se usaba en novelas y cine.
Y crecí con la idea, más que tonta,
que un temblor es un simple mecerse,
que de angustia se mueren los necios,
y que rezan los aspavienteros.


 


Navidad arrancada de cuajo.
¡Mas qué lejos estaba Managua!
¿Caos y guerra por un poco de agua?
¡Bah! ¡Mentiras del radio y la prensa!
¿Los hambrientos acechan y roban?
 Como lo hacen aquí, ¿qué más daba?
¿Que, valientes, morían fusilados
para dar de comer a los suyos?
¡Esos dramas también los inventan
los rateros que están en la calle!
¡Triste y lento dejar en pedazos
bienes, hijos y piernas y brazos!
¡A otro perro con ese huesito!
 Para todo tenía una respuesta
que pudiera acallar mi conciencia,
que impidiera tener un contacto
con la vida, el dolor y la muerte.





Ya se van a inventar una excusa
 para no ir al trabajo hasta el lunes.
Mas de golpe y porrazo se impuso
el tamaño de aquella desgracia.
Amasijo de piedras y gente.
Muchedumbre que vaga sin rumbo.
Tierra seca que el viento levanta,
que se adhiere a los rostros con llanto
para hacer una máscara dura
que no enseña tristeza ni miedo.
Ulular de ambulancias constante,
preguntar por los seres queridos,
resignarse a que ya no existían
 los lugares otrora entrañables.
Mi ciudad, hecha añicos, gemía.
Nuestros perros aullaban al viento.
Circulaba el olor de la muerte,
las ausencias se iban revelando,
los presentes rezaban quedito,
para no despertar a la Tierra
ni ponerla furiosa de nuevo.
Contemplé un gran pastel de amargura
del que sólo comí unas migajas.
Mas no fue por mi grande fortuna,
ni por ser de una buena colonia.
Solo aquellos que ya nada tienen,
nada pierden, pues no pertenecen
ni a familias, ni a barrios, ni a gremios.





No hay vudú, no hay rituales, no hay rezos.
Ya las almas emprenden el vuelo. 
Y la Tierra, que sólo bosteza,
vuelve a hacer esculturas de escombros  
y a sacar de la tumba a los muertos.





Se han echado a volar los recuerdos,
no se vuelve a los años perdidos.
Si se está acostumbrado a que tiemble,
poco importa si caen los objetos
o se pierden los seres queridos.
Prepararon la escenografía,
luces, cámaras, actos fingidos.  
Como  teatro nos fue presentado
lo que pudo haber sido un rescate.   
No sentir, no escuchar, no atar cabos.
Ni mirar, ni decir, ni asustarse.
Es la ley de la casa y la selva.












lunes, 5 de noviembre de 2012

Día de campo, día de ciudad


Cuando era niña le pregunté a mi padre si la gente  en la ciudad era rica solamente por vivir ahí; él me contestó que no,  también en el campo hay ricos; pero se ven como pobres porque se llenan de tierra, visten ropa muy sencilla y andan en las labores como si fueran un peón; me dijo, además, que en una casa de campo es posible tener las mismas comodidades que en las casas de ciudad. Quedé con la boca abierta.

Al salir a carretera tenía la sensación de que algo se desmoronaba a medida que iban quedando atrás edificios, aglomeraciones de autos. Todo aquello que me daba la certeza de compañía y comodidad, en el campo no se pueden distinguir la riqueza y la pobreza como en la ciudad. En el campo se toma conciencia de la inermidad humana ante la naturaleza.

En lugares donde eran más notorios los postes de luz, telégrafo o teléfono, aunque no supiera distinguir cuál era cuál, me gustaba seguir con la mirada el curso de los alambres e imaginaba el camino que seguían cuando los dejaba de ver.

En el trayecto, la voz de mi padre nos contaba cómo se hacía una autopista. Estimulada por sus palabras, imaginé muchas veces el trabajo de los ingenieros topógrafos para cortar un cerro y que el  camino de asfalto continuara imperturbable. Verlo gris, radiante, con sus rayas blancas y amarillas, me hacía sentir todopoderosa.

Cuando se es niño, se quiere la vida como se va descubriendo: la ciudad, la televisión, la luz eléctrica, los carros y el teléfono me parecían encantadores, pero además, naturales.

Hasta que crecí empecé a preguntarme si realmente la ciudad era bonita y natural. Descubrí que es como una torre de marfil en la que debe haber menos plantas, animales y niños. Menos mujeres y ancianos. Más ilusión de poder.




lunes, 20 de agosto de 2012

Andanzas de la rana urbana


Desde las nalgas del lanzador

Dicen, quienes han viajado por todo el planeta, que cuando se conoce un lugar como la palma de la mano, se está conociendo el mundo. Independientemente de qué tan cierto resulte, la presencia del imaginario colectivo de cada barrio, para mí, es contundente. Y no puede ser de otra manera en aquel que es mi morada.



Lugar de glorias pasadas, pues fue colonia rica en tiempos de Don Porfirio y asentamiento de generalotes recién ingresados en la nueva burguesía de la época post revolucionaria, hoy luce todavía desgarrado por el recuerdo de lo vivido y perdido en el terremoto del 85.



Hay, para empezar, diversidad religiosa: cuatro templos católicos,dos evangélicos, tres sinagogas y el principal de la cadena "Pare de Sufrir". Ni modo, no puedo evitar ver a las diferentes iglesias como cualquier empresa y es que en realidad lo son. Han emprendido la tarea de controlar a las masas. La cercanía con Dios es merengue de otro pastel.



Al paso que vamos, no me sorprendería que de repente apareciera una mezquita. Ya intentaron por ahí unos del Hare Krishna pero, como dirían los comerciantes, no cuajó. En una casa color de rosa que perteneció a la actriz María Conesa y que se encuentra en la esquina de Chiapas y Monterrey, se reúnen los testigos de Jehová y, como dirían aquí también los comerciantes, poco a poco se va acreditando; así que en materia de espiritualidad, hay de chile, de dulce y de manteca.



La Plaza del Lanzador es el gran teatro de los jefes de manzana, intermediarios entre el pueblo y quien viene siendo el presidente municipal en turno. Y en verdad no hay mejor modo de ilustrar lo que se enseña en la escuela de arte dramático respecto a la creencia y fe escénica.

Todos son creyentes, por lo menos mientras duran las reuniones. Unos creen que a través de ser escuchados por la clase política se compondrán las cosas malas del barrio, otros, creen que las promesas que hacen las llegarán a cumplir o de plano, le apuestan al olvido de la gente. Los únicos despiertos no se van porque creen que pueden llegar a ser jefes de manzana.

En la Plaza del Lanzador pululan las esperanzas junto a los muladares del parque.


























lunes, 13 de agosto de 2012

Andanzas de la rana urbana


En esos túmulos del rencor


La Plaza Wichita es un justo homenaje a todas las etnias apaches. Recuerda al indio Jerónimo, que se levantó en armas cuando Arizona era territorio mexicano, porque fueron soldados de nuestro "glorioso" ejército, quienes le mataron a su madre, a su esposa y a sus hijos.


No creo que sea casual que en esta parte de la ciudad se esté homenajeando a un rebelde que no encontró sitio para emigrar, precisamente porque tenía razón en rechazar lo mexicano y lo gringo. Es el precio de vivir en lugares fronterizos. Y San Bartolo Tenayuca es uno de esos lugares entre el Estado de México y el Distrito Federal.

He aprendido con los años, y las caminatas, que cada sitio tiene su magia, que ésta se va generando con los recuerdos que dejan los acontecimientos, la memoria de gente que llega, se establece y finalmente muere, como moriremos todos los que aún estamos aquí.


Tenayuca era un pueblo que estaba en constante pleito con los Otomíes del Valle del Mezquital. Los sacerdotes católicos, en el tiempo de la colonia, fundaron Tlalnepantla para atemperar las guerras entre ambos grupos. El nombre quiere decir "tierra de enmedio". Esos primeros ingenieros sociales construyeron un lugar donde pudieran coexistir miembros de ambos bandos sin pelear. 

En Tlalnesburgo, como dice un amigo residente del lugar, florece el comercio. Y tiene razón. Tlalnepantla es, en realidad, un burgo. Un lugar donde han encontrado cabida personas de las más disímiles maneras de pensar. Un lugar que sirvió de puente para que los desafiantes otomíes, considerados como "gente perro" por los refinados mexicas, llegaran a vivir a Laguna Ticomán y fundaran lo que hoy se conoce como los barrios alto y bajo de Cuautepec.

Esos rumbos me hablan de tenacidad, audacia. Entereza que sirvió para lograr un bienestar material que nada le pide al boato de los ricos pero que no alcanza a curar del todo las heridas de ser excluído. 








jueves, 9 de agosto de 2012

Andanzas de la rana urbana


En la frontera con Tlalnepantla

Cuando mis muñecos y yo empezamos a recorrer calles y municipios, los terrenos en que se encuentra la terminal del metrobús más cercana a Tlalnepantla pertenecían a una inmensa bocacalle en la que era riesgosísimo caminar. Estaban rodeados de lugares baldíos. Hoy siento una extraña mezcla de esperanza y desolación al ver los edificios nuevos de la unidad habitacional que se empieza a poblar.

Al otro lado, desde donde tomé la foto, están el centro comercial y dos restaurantes. Uno de la cadena California y el otro de McDonalds. Ingenieros y empresarios asociados para crear una vida feliz, coronada por ese distribuidor vial que le hace un flaquísimo favor al maestro Reyes Heroles.

Ahora mismo estoy pensando en esos artículos que se publican por ahí, de hacer huertos en las azoteas. En algunos lugares de la avenida Eduardo Molina he visto maizales y nopaleras, y en el jardín de una casa cercana al aeropuerto, un plátano con su flor. En aquella época no tenía celular con cámara, así que no pude conservar la imagen de esa enorme y hermosa corola.

Si fuera la mitad de joven que soy ahora, estaría entristecida. Hoy me niego a ser pesimista. Creo que tenemos agallas para volver a los jardines colgantes.

Alguien dijo por ahí que si Kafka hubiera nacido en México sería un ícono de la novela costumbrista y no le faltó razón. En el metrobús Tenayuca se levanta un verdadero monumento a la estupidez. Un puente que sirve para quitarle el tiempo a la gente, que prefiere brincarse la barda ante la vista gorda de los policías que, finalmente, se brincan igual cuando terminan su jornada de trabajo.

Sin importar edad, condición física, ni el hecho de que no hay semáforo, la gente se arroja sin medir que irán a dar a una curva, y están los que vienen en sentido contrario, que después de echarse una buena carrera para no ser atropellados, tienen que trepar la barda y saltar como si fueran las ovejas que mira uno pasar para motivarse al sueño.









miércoles, 18 de enero de 2012

Kentucky fried children, defendiendo a Platanito


El ser humano es un animal que ríe, que tiene capacidad para ver el lado serio de las cosas tontas y el lado tonto de las cosas serias. Es en esto último cuando un comediante puede levantar más ámpula, pero se nos olvida que el humor es amoral, no selecciona. Simplemente, saca los trapos al sol. La función del cómico es mostrar una realidad, no provocarla, el humor es un mecanismo inofensivo para sacar la hostilidad; si la violencia ya nos está rebasando, ¡pues los chascarrillos tienen que estar a la altura!


El chiste que por su profundidad ha levantado tantas pasiones, ofende porque exhibe la clase de sociedad que somos, tal cual. La risa es la primera crítica que recibe una conducta censurable, pero es doloroso reírnos de nuestra miseria, de nuestras omisiones, del oportunismo que han mostrado muchas personas que se cuelgan del caso de la Guardería ABC porque viven de la desgracia y no porque les importen los niños. Esos, que se ven ahora descobijados, son quienes arremeten contra el compañero, como si con ello fueran a limpiar la materia fecal que llevan dentro, por no hablar ya de la que traen embarrada en las manos.


La verdad no peca, pero incomoda y, para acabarla de amolar, somos un país de pusilánimes, solemnes y cursis. Por eso nos peinamos de raya enmedio cuando Eugenio Derbez le vio, su verdadero tamaño, a la balacera en los alrededores del estadio de Torreón. Recuerden que ni siquiera fue dentro de las instalaciones, para que más se vea la coyonería que nos adorna, que al primer tirititito ya nos estamos quejando. ¡En lo que han venido a parar nuestros norteños valientes y francos! Lo más seguro es que en realidad nunca hayan sido eso.


El verdadero humorista no se retracta. Podrá complacer a la gente, pero eso no quiere decir que deje de observar la regla número uno del comediante: es preferible perder un amigo que perder un buen chiste. El chiste es franco, el amigo, puede que no.