viernes, 8 de julio de 2011

Y que me dan taco de ojo

Una de las muchas distracciones de que disfruto en mi chamba, es la de ver cómo están decorados los camiones. Casi es como entrar en una casa. Y es que para los choferes, realmente, es el sitio donde viven, y del que viven.
Aprecien ustedes mismos, lectores, la calidad de la melcocha. Piquen, liquen, califiquen y luego critiquen el folclore que se ve en esta unidad, que cubre una de las múltiples rutas que salen del metro Rosario hacia la hermana república de Tlalnepantla Toca lugares como Plaza Millenium, Toltecas, Ampliación B. Vista, Barrientos, Suburbano, ¡Walmart!
El orgulloso piloto de la nave, me ha dicho que tardó más de cinco años en reunir la colección de muñecos que convierten el interior del vehículo en una sala de museo y que lo hacen irrepetible. En verdad que da dolor pensar que toda esa réplica del país de Liliput quedará convertida en chatarra con el crecimiento del Mexibus, que si bien es rápido, limpio, eficiente y seguro, también es frío e impersonal.
Y si no, piensen ustedes: ¿veremos algún día, en los flamantes metrobuses, tan siquiera unos zapatitos de niño colgados junto al espejo? Hoy se nos antojan cosas de gente naca y corriente, pero aún en ese chabacanismo, hay una parte cálida, humana, a la que estamos renunciando. En los nuevos transportes no hay lugar para estilitos personales, tampoco tienen cabida rateros ni cantantes, ya no hay vendedores de helados ni de dulces, pero también, se registran más riñas entre pasajeros.

martes, 14 de junio de 2011

Mausoleo materno

I
Era una actriz con mucho trabajo en teatro, radio y doblaje. Tenía 28 años y todos los días iba a correr por las mañanas al parque del Centro Médico. Entonces vi por primera vez el busto dedicado a la doctora Matilde P. Montoya.


Lo primero que vi fueron las letras de la placa conmemorativa desgastadas, el pedestal salpicado de orines y pintura, o de algún alimento que alguien que pasara tiró, y basura. Todo eso me resultó indiferente. Las porquerías, porque es lo común en nuestros monumentos, y el hecho de que haya sido la primera mujer mexicana en titularse de Médica, lo encontré trivial porque estaba acostumbrada a ver mujeres cultas en dondequiera. Mi madre es odontóloga. Yo misma tenía una profesión. ¿Qué novedad había en ello? Fue necesario que llegara a la edad que tengo para poder visualizar muchas cosas que me llevaron al fracaso y que fueron obstáculos con los que también ella se topó. Hoy, por fin, se me hizo ver el monumento limpio, sin grafitis ni orinadas, como deberían estar todos los monumentos del país.


Lo triste es la evidencia de la misoginia. Era tan inusitado que las mujeres se cultivaran, que resultaba noticia de primera plana que una mujer se graduara en una escuela de medicina. Por eso tuvo que constatarlo el preciso, el dictador, el todopoderoso y longevo Don Porfis.


Mi madre estudió ya en la década del mil novecientos cuarenta, que era menos difícil, pero es bueno tomar en cuenta la cantidad de prejuicios con los que se regían las personas en esa época. Por ejemplo, en la casa, todavía era niña, escuchaba que la mujer tenía que ser bonita. La bonita podía estudiar. La bonita podía casarse y tener hijos. La bonita era buena. La fea era mala y no tenía oportunidades a menos que demostrara una inteligencia excepcional. La bonita tenía derecho a ser cultivada, pero la bonita generalmente es tonta. A mamá se lo dijo un maestro de primaria: “Usted es una niña muy bonita… pero muy idiota”.


Antes, en las escuelas primarias se humillaba y desconcertaba a los alumnos en la misma forma en que ahora se hace en las universidades, pero con métodos más brutales. Además de ofenderlos con palabras, se los golpeaba o se les arrinconaba con unas orejas de burro.
Creo que ya entonces se consideraba la posibilidad de retrasar lo más que se pudiera el ascenso social de los jóvenes, para que no reclamaran bienes y servicios que, según el calvatrueno de algunos mentecatos, deben ser nada más para una élite.


Todavía me asombra la edad de la doctora Montoya cuando obtuvo sus títulos: a los 13 años ya era Maestra Normalista de Primaria y a los 16, Partera. A los 18 gozaba de prestigio profesional en la ciudad de Puebla, al grado de despertar la envidia en los médicos, que movieron cielo y tierra para echarla de la ciudad.


¡Vaya que les dio miedo un ser tan independiente! ¡Si una sola mujer llegó tan lejos, todo un ejército de Matildes Montoyas, desde luego que era de pavor!


Mi madre tuvo que enfrentar el obstáculo de todos esos prejuicios, amén de la falta de recursos económicos para una aspiración como la que tenía, y traspasar una barrera fortísima en cuanto a la ética que le habían inculcado: la bonita es inmaculada, virgen, casta y vive en abstinencia total de todo aquello que implique sexualidad. Ese brincazo que tuvo que dar para convertirse en amante de su novio y poder pagar los gastos de su carrera. ¡Jijos! ¡Vivir en ese galimatías ya era enloquecedor!


Mamá nació en un pueblote, porque eso es Pachuca aun en la actualidad, en el que eran severamente juzgados los hijos que no tenían padre, por el motivo que fuera. Es fácil suponer que mamá y las tías compraron la ilusión de ser como esa figura pública que les vendía a todas las mujeres otra forma de vivir, y, a algunas, hasta la oportunidad de compensar un hecho tan doloroso como es la carencia de uno de los progenitores en la infancia.


II
Con mi medio siglo a cuestas, he gravitado de la imagen del sargento con faldas a la maja desnuda. Y el Ángel de la Independencia no me puede ofrecer un justo medio, aunque desde el microbús, casi me desatornille la cabeza para seguir viéndolo. Es lo malo de las glorietas.


En realidad no es un ángel, sino una Victoria Alada, como la de Samotracia que está en el Museo del Louvre, y que originalmente formaba parte del conjunto de esculturas que representaban a la diosa griega en la proa de un barco de guerra.


Fue Antonio Rivas Mercado el arquitecto que diseñó ese monumento. Conmemora el primer siglo de acontecida la guerra en la que los españoles “perdieron mortal” a manos de sus hijos criollos. También dirigió la escuela de San Carlos y contribuyó a limitar a los jóvenes, separando las carreras de ingeniería y arquitectura, que entonces eran una sola.


El arquitecto de marras tenía dos hijas: Alicia y Antonieta y en torno de ellas se creó una leyenda que beneficiaría más a la segunda, si es que a eso se le puede llamar beneficio.


El Ángel de la Independencia es en realidad la tumba en la que descansan los restos de algunos próceres de 1810: Hidalgo y Morelos entre otros. En su interior tiene un mausoleo en cuya puerta hay un medallón con una cara femenina que simboliza “La República”. Alicia Rivas Mercado prestó su rostro. En aquel tiempo su hermana menor, Antonieta, era una niña de 8 años y no pudo haber posado para el ángel, como dicen por ahí.


Si he de creerle a Carlos Martínez Assad, la verdadera modelo se llamó Ernesta Robles, y posó únicamente con las piernas y la faz. Por experiencia sé que, para efectos de recibir el pago por servicios de modelaje, hay que especificar qué partes del cuerpo se usarán en la imagen que se fabrica, pero de todas maneras me divierte la pudibundez de esas décadas pasadas, en las que todo mundo quería encuerar a ultranza a Ma. Antonieta Rivas Mercado que era, toda proporción guardada, la Paris Hilton mexicana.


A consecuencia de que escribía, bajó a su Mictlán personal a preguntarse en calidad de qué se encontraba en el mundo: regalaba el dinero de su padre a chichifos que se hacían pasar por artistas, veía florecer gobiernos totalitarios y era amante de un patán que aspiraba a dictador, quien finalmente la culpó del fracaso de su campaña presidencial. Creo que en realidad no tuvo un rapto suicida, sino un momento de lucidez.


Yo me quise suicidar a los 13 años, luego lo volví a intentar a los 20. ¿No será que también envidio el hecho de que ella sí tuvo el valor de hacerlo? ¿Será que en secreto aspiro a suicidarme en Notre Dame y ante la imposibilidad económica del traslado, desisto ya de morir? Quizá lo frustrante sea saber que yo llegaría más rápido porque podría irme en avión.





III

La Diana Cazadora sí que encarna mis anhelos fantásticos: belleza física, poder y autonomía. ¡Pero claro! Esos son atributos de diosa no de una simple mortal y menos en un país como México.


Al verla ahí, en la fuente que tiene por pedestal, se nos olvida que Diana, o Artemisa para los griegos, es hermana gemela de Apolo; que también se le asocia con Selene, la diosa lunar, y con Hécate, la diosa de la noche y de las sombras infernales. Pero la Diana chilanga es más virgen que la Virgen, más guerrera que un granadero y tan gregaria como el lobo estepario.


No tendríamos ese monumento de no ser porque Ávila Camacho y Javier Rojo Gómez estaban absortos en el programa de embellecimiento de la ciudad, y el tema elegido para una de las obras artísticas fue el de Diana, diosa romana de la caza. Pero como ya entonces había brotes ecologistas, no se representó a la deidad cazando bestias –iba a quedar despoblado el Distrito, empezando por los gobernantes- sino flechando a las estrellas de los cielos del norte. Si uno observa, la estatua está dirigida hacia ese punto cardinal.


El 10 de octubre de 1942, con la inauguración de la fuente, empezaron las protestas de grupos ultraconservadores porque la Flechadora de las Estrellas del Norte estaba tal como Olaguíbel la echó al mundo.


Después de diversos panchos, en uno de los cuales llegaron a ponerle ropa interior a la escultura, el creador le diseñó unos calzones de bronce que le fueron retirados en 1966, cuando se hacían los preparativos para recibir a las delegaciones extranjeras que participaron en los XIX Juegos Olímpicos.


En 1974 se realizaban las obras del Circuito Interior, pero eso era en una avenida que nada tenía que ver con la glorieta de Sevilla y Paseo de la Reforma. Piensa mal y acertarás, dicen por ahí: la Diana Cazadora fue retirada de su sitio original porque la Liga de la Decencia no debió quedarse de brazos cruzados y durante 18 años, la portadora del arco y la flecha estuvo escondida a un costado de donde hoy se levanta la Torre Mayor.


Detenerme en ello me disgusta porque me remite a recuerdos de mi madre: un día que había sacado de la lavadora la ropa limpia de mi hija, me disponía a llevarla al tendedero y ella ordenó que colgara esa ropa en el baño, que no fuera a exhibir pañales a la jaula.


Señalarme por madre soltera fue, para ella, la forma de sentir que tenía su vida resuelta. Además, si a un emblema de la ciudad, que fue hecho para que se le vea desnudo, se le relega por estar desnudo, ¿qué podía esperar para mí? Las familias mexicanas no se distinguen por su funcionalidad y mucho menos por su honradez.


Cuando llegó la hora de asumir un oficio, elegí ser actriz, porque era la única forma de seguir siendo niña en un cuerpo de mujer. Una de mis tías, que pensaba que sólo la secretaria podía ser adecuada en el mundo del trabajo, se burló a bocajarro de mí: “huiste del comercio, y fuiste a dar al modo más cruel”.

Seguramente que sabía la historia de Helvia Martínez Verdayes, taquimecanógrafa de 16 años, que trabajaba en el turno vespertino de las oficinas de Petróleos Mexicanos. De abril a septiembre de 1942, se dejó ver encuerada por el escultor que elaboraba el monumento.


Dicen las malas lenguas, que no recibió otra paga que la vanidad satisfecha, al ver su cuerpo inmortalizado en una estatua que estaría a la vista de todos los que quisieran especular que si María Félix o Ana Luisa Peluffo, habían sido las verdaderas modelos.


Desde luego, no se hace hincapié en que a la muchacha le fue planteada la posibilidad de que recibiera una paga; pero, a cambio de ello, se revelaría su identidad y nadie sería responsable de las consecuencias que esto le acarrearía.


Helvia Martínez Verdayes “decidió” no cobrar, porque de esa manera protegería su reputación y conservaría el empleo. Era secretaria del director general de Pemex, algo nada despreciable; pero, aun así, no se libró de tener que mandar al carajo a cierto gobernador que la quiso atraer a un proyecto fantasma para darse un taco de ojo.

Su vida en internet se lee muy de cuento de hadas, pero a una mente cochambrienta como la mía, le revela que así deben haber estado los pretendientes y las propuestas: no fue madre, se fletó a ser la otra de un casado treinta años de su vida. Hoy se ostenta como la flamante viuda del Ing. Jorge Díaz Serrano, de infausta memoria. Para ello tuvo que conformarse con la celebración de su boda civil en el patio del reclusorio sur.


Si no fuera “la Diana de carne y hueso”, como le dicen sus familiares, sería un caso más para el libro de Robin Norwood. Pareja de un enfermo alcohólico, reúne todas las características de las Mujeres que aman demasiado cuando sus hombres ingresan a la cárcel.


Ofrecerle al género femenino la historia de una mujer acorralada por la doble moral, inmersa en una relación destructiva, como si se tratara de una heroína de Corín Tellado, es ignominioso. Si llevaran este episodio al cine o a la televisión, saldría a relucir lo feo de ser actriz: una coopera con su trabajo para que las mujeres del público sigan siendo tratadas como si tuvieran retraso mental.


En los medios masivos de entretenimiento existen tantas versiones caricaturescas de ninfas, bacantes y diosas griegas, como mujeres acepten la sesión fotográfica o la filmación. En mi juventud me mostré con lonjas, estrías y celulitis a la intemperie, en cuatro fotonovelas y tres películas. Los personajes femeninos de esos guiones no eran prototipo de la pareja de ningún galán. Eran ejemplo, más bien, de felleza, y el género de los argumentos, comedia, palabra que quiere decir “canción de aldeanos”, por sus raíces griegas, y canción mía, porque deseaba pertenecer al gremio de los aldeanos. En aquel momento me mostré como me sentía, desnuda, como me siento aún ahora, sólo que ya no tengo que arrepentirme de haber pegado en el blanco.

lunes, 16 de mayo de 2011

Otro gaje del oficio

En este peregrinar por las calles buscando en cada unidad del transporte público la confirmación de que ya encontré la rutina de oro, recibo cada día un impacto: las facultades histriónicas no son privilegio de nadie. Las desarrolla cualquiera que tenga ánimo de vivir.

Influenza de la caridad.

Un accidente casero le quemó la cara. Desfigurado desde la infancia, no es una mole de piedra, pero sí de grasa. “El guapo Ben” es su apodo. A todo mundo le cuenta que está decepcionado de los servicios del Hospital General: los médicos de Cirugía Plástica no lo quieren atender. Probablemente sea él quien piensa que no merece recuperar lo que le fue arrebatado el día que se vino abajo la estufa improvisada, justo cuando el agua soltaba el hervor. En los hogares pobres la vivacidad suele inventar instrumentos letales.
           
Comerciante sagaz, lo mismo vende ropa que discos piratas, libros o envases de plástico. Por inverosímil que sea la cosa que uno necesite,  “el guapo Ben” la consigue. Por eso no me extrañó que fuera uno de los que se ponían a vender, en las entradas del metro, cubre bocas a treinta pesos, y eso ahí, “bara, bara”, como dicen en los tianguis cuando pretenden ofrecer a buen precio una mercancía.
           
A salto de mata, levantaba su racimo de tapabocas de concha, lo pregonó y se expuso a que se acercara un policía en lugar de un comprador.
           
 Como una mujer invisible para él, me limité a seguir mi camino. Una pastilla de rabia me hizo efervescencia en el estómago. Aun con el dinero en la bolsa, no habría comprado el artefacto más demandado de la ciudad.

Tuve más confianza en mis mascadas, aunque mi muñeco de ventrílocuo me dijera que parecía la hija del hombre araña o el fantasma de la ópera con faldas. A la gente le hizo gracia y a mí me gustaba que el público riera con todo y pandemia.
           
Mientras recibía las coperachas de la jornada, imaginé al vendedor esposado, metido en una patrulla, y sentí dolor. “El guapo Ben” no es un alias, sino más bien un sarcasmo. Una de tantas persecuciones de las que ha sido objeto en sus treinta años de vida. ¿Qué tiene de raro que haya visto en aquel momento la oportunidad de arrojar a su antojo unos baldes de agua hirviendo? Nada más trató a la gente con la misma impiedad que él recibió. 

miércoles, 4 de mayo de 2011

Casador, cazamentero,

o
el ligue se inventó para conseguir pareja,
pero es para lo que menos se usa


Esto ya es una efeméride. El protagonista de esta aventura era también actor callejero. Creo que su delito fue exagerado y se le asesinó en la cárcel porque alguien poderoso buscó ocultar cosas tales como una asociación, por ejemplo. No convenía que se hiciera un documental sobre la vida del “Caníbal de la Guerrero” y fue muerto antes de que los productores cinematográficos que querían entrevistarlo pudieran hablar con él.


“Me cediste todas tus partes,
tu aliento, tus uñas y tus ansias.
Me vestiste de ti y fui tu ave,
canté tu canto que nunca calla.”


José Luis Calva Zepeda


Emprender todos los días la acción de perseguir un objetivo para alcanzarlo, es la norma de conducta que seguimos para ganarnos la vida, pero, ¿qué hay cuando nos topamos con alguien que comulga con la idea de que los congéneres son animales con forma humana? No creo que tenga otra forma de pensar un señor que conquista mujeres con la finalidad de matarlas para comerse una parte y dejar lo demás a los zopilotes, que en este caso serían los miembros de la policía y los reporteros de página roja; los carroñeros que vuelan están por extinguirse y se guardarán mucho de volver a volar por donde haya animales racionales.


De jovencita, los adultos me hablaron de la tentación de las carnes, la pérdida de la honra, además de una serie de advertencias en el sentido de que los hombres nunca dicen su verdadero propósito cuando se acercan a una mujer, y a todo eso, en este siglo XXI, hay que añadir que debemos cerciorarnos, de hoy en adelante, de que el galán en puerta de veras quiera follar; seducir o reducir sólo es cuestión de una letra, maña y saña también.

Goyo Cárdenas, Las Poquianchis, Los tamales de Portales, Los Narcosatánicos, Las muertas de Ciudad Juárez, La Mataviejitas y Calva Zepeda, “El Caníbal” de la Guerrero, son imágenes de esa parte oscura y ritualística que alimenta la idea perturbadora de que todos podemos ser lo que han sido estos malhechores.

Entre cada uno de estos hallazgos que casi se han vuelto míticos, han pasado meses o años y todos tienen los mismos elementos: cuerpos fornicados, asesinatos, mutilaciones o franco descuartizamiento, y antes de que destacara uno u otro de esos casos, ha habido encajuelados con huellas de tortura y hallados en estado de descomposición, drogadictos que matan y destazan a su cónyuge, incluso a su madre para quitarle dinero, cadáveres a merced de las ratas en el Río de los Remedios y hasta una mujer que mató a mordidas a su bebé porque no la dejaba dormir. ¿Por qué estos otros no levantaron la polvareda? No son menos enfermos.

Tal vez brillaron por su ausencia los reflectores porque aspiraban a poco; hasta para eso hay que tener las facultades histriónicas de que hacen gala Verónica y la madre de Alejandra Galeana, q.e.p.d., pero de las dos, Verónica se voló la barda, porque se enamoró “del escritor de poemas, no del caníbal”. En el periódico “El Milenio” del 20 de octubre de 2007, aparece su foto en medio de micrófonos y policías. Está convencida de que el amor de una buena mujer puede transformar al más malvado, y de que ella es esa buena mujer.

Hoy, todo mundo se ocupa de la poesía de José Luis Calva Zepeda; el café Dejavu de la Guerrero ha adquirido fama y notoriedad, casi, casi como sitio histórico, lo mismo que el edificio de la calle Mosqueta, donde vivía este hombre, en cuyo departamento se encontró el cadáver mutilado de la que fuera su novia, Alejandra Galeana. Quizá los dueños de ese edificio puedan rentar el departamento más caro, en homenaje al hecho de que está sirviendo de cortina de humo para las tranzas y andanzas de nuestros políticos, que a veces resultan más espeluznantes.

 La poesía de este hombre se ha publicado en todos los suplementos culturales de los diarios, y personalidades de la talla de Denise Maerker  se han ocupado de decir que es deplorable, aunque no especifican si se refieren a la calidad literaria o a la salud mental del autor, quien es buscado por productores cinematográficos para reseñar su vida en el séptimo arte. Nos guste o no, ese poemario, o si se quiere libelo, se va a vender como pan caliente. Mientras tanto, con mi muñeco de ventriloquía a cuestas, entre camión y camión, caminando ando.

lunes, 18 de abril de 2011

CHORROGÉSIMA FUNCIÓN, anecdotario de una vida en los camiones y las tablas que agarré.

En aquel tiempo, en que Marcos y su Ejército Zapatista estaban en su apogeo, me dio por viajar a esas regiones del país. Había muchísima angustia, principalmente porque nadie veía claro si iban a balacear al Espíritu Santo o le iban a dar su agüita a la Paloma de la Paz. Lo que sí, es que la gente estaba cazando a ver qué pájaro se echaba al plato para comer.
            

En el ejercicio de esta chamba que tengo de juglar moderna, me subí a un camión de tantos en San Cristóbal de las Casas, presenté a mi muñeco y empezamos a hablar. Se escuchó de pronto una extraña carcajada. Me entusiasmé ante la evidencia de que mis chistes estaban entrando bien, pero tenía la sensación de que la gente allá se ríe de un modo muy peculiar.
           

Al dar las gracias, descubrí unos guajolotes que estaban amarrados de las patas, adentro de una bolsa de mandado. Quise comprarlos para llevarlos conmigo y que me sirvieran de paleros, pero el dueño se negó a vender.


sábado, 16 de abril de 2011

Reconstrucciones

Me detuve en un puesto de tacos. El mercado en el que estaba aún conserva vestigios de que alguna vez fue teatro y se llamó “Carpa Olímpica”.

Después de comer, caminé entre los puestos y el colorido de tanta mercadería me remitía al brillo de lentejuelas y luces de seguidor.
        
 En 1985 trabajé ahí. Fui patiño de muchos cómicos ahora olvidados. Ellos fueron mis primeros maestros en el arte de hacer reír.
        
Los comerciantes le hacen una remodelación tras otra, pero ahí sigue el lugar, delatando de modo subrepticio que ahí bailaban mujeres desnudas y se representaban tandas obscenas.
        
 Algunos hombres que ahora compran o venden, describen con lujo de detalle los vestuarios de Roxy Lamarque, Ingrid de Praga o Lyn May, ¡pero dicen que jamás estuvieron ahí! ¡Ahora resulta que nunca tuvimos público!
          
Ese lunes faltaba semana y media para el terremoto. Nos estábamos preparando para dar las funciones del día. Cayó una tromba que tiró todo el telar. La “Carpa Olímpica” dejó de existir.
        
 Gracias a los reacomodos de que están siendo objeto los vendedores ambulantes, el jacalón volvió a tener vida: es ahora un mercado y yo soy una cómica de la legua urbana.