viernes, 7 de noviembre de 2014

Dígalo ahora

Dígalo ahora, o calle para siempre,
es, en las bodas, la consigna parroquial.
Dígalo ahora o cállese el… ¡la boca!
Lo racionales no nos quita lo animal.
No hemos dejado de ser los cavernarios
y cacareamos que ya existe el Internet.
Hasta a la Luna ya fuimos, temerarios,
y regresamos. Allá no hay a quién morder.
Porque de plano, la gente se divierte
si ve que hay un pantano y ahí va uno de buey.
Aunque no es sano, nos repapalotea
comernos un cristiano, que’sque por compasión.
¿Y qué pasó? Se resbaló.
¡Ay pobrecito, fue a caerse de sentón!
¿Ya supo usted? Que ya bailó,
con la más fea, una polka y un danzón.
Dígalo ahora, rebuzne sus pesares.
No sea que al prójimo le dé por relinchar.
Dígalo ahora o aúlle en el desierto,
de todos modos lo van a descuartizar.
Cada capilla tiene su día de fiesta,
lo testarudo ya no se nos va a quitar.
Echar pedradas, es toda nuestra gesta,
y si nos llueve, ¡pos chillamos y ahí se va!
Arrieros somos y en el camino andamos,
a veces, como mulas, a veces, ahí se ven.
Tengan cuidado, ya viene el jabonero,
ve colas y las pisa, así azotó la res.
¿Y qué pasó? Se resbaló.
¡Ay pobrecito, fue a caerse de sentón!
¿Ya supo usted? Que ya bailó,
con la más fea, una polka y un danzón


lunes, 1 de septiembre de 2014

Corrido de Lady Chiles

Quiero contarles la historia
de un drama muy popular.
Ya es costumbre vejestoria
de las sirvientas, robar.
En unos tiempos pasados,
las patronas, querulantes,
se hacían de la vista gorda.
Hoy, en las redes sociales,
hacen gala de ira sorda.

El látigo justiciero
del desprecio y deshonor
le cayó a la pobre Amparo
y no tuvo salvador.
Un triste chile en nogada
fue la causa del desdoro.
Por poco sale rapada
y se quedó sin comer.

Ya la sentencia del pueblo,
por algo la voz de Dios,
enjuició a las dos mujeres
en ese mismo retablo
que la rica visitó.
La sirvienta no se escapa
de cínica y de taimada,
aunque le den su mesada, 
tatemada se quedó.
Y a esa lady cuenta chiles,
por balconear a la gata,
el tiro por la culata,
¡y que la lleven al baile!





jueves, 15 de mayo de 2014

Obituario para el profesor Lech Hellwig Gorzynski*

No están para saber, pero yo sí estoy para contarles que allá por junio de 1991, intenté acabar la carrera como alumna afectada por el famoso artículo 19. Una de las materias que debía era Dirección. Consulté los horarios y el único que se acomodaba a mis actividades era el del profesor Lech. Así fue como lo conocí.
Asistí a sus clases regularmente. Fue un tiempo lleno de vicisitudes, me agarré del chongo con un compañero que defendía a ultranza que los actores profesionales tenían que ser graduados universitarios para poder ejercer, empezó a atacarme y cuestionar por qué había osado regresar, que si fuera yo protagonista de alguna telenovela, seguramente que ni me hubiera acordado de las sacrosantas aulas.
Total, que el profesor organizó un debate para la siguiente clase, a la que me presenté con unos guantes de box, que puse en una mesa de centro que había en el aula, cuando el profesor-moderador preguntó que si estaba preparada.
-¿Trajo usted lo suyo, compañero? -le pregunté al joven, que sólo se rió.


Creo que en realidad hubo ahí dos perdedores. Me volví contra Lech y le dije, llanamente, que su cátedra era un desmadre. Como el tiempo de la clase había transcurrido, todos se fueron yendo. A mi me entretuvo la guardada de los guantes de box en mi mochila.
Me colgué el zurrón al hombro y, al dar un paso para dirigirme hacia la puerta, quedé atajada por la presencia del profesor, que me miraba a los ojos. Sentí sus manos sobre los hombros y su aliento, que muchas veces había imaginado, estaba ahí, a unos cuantos milímetros, alterando todo mi ser.
-¿En qué va a consistir el examen?
-Aún no lo sé, es muy pronto para preguntar eso. -retiró sus manos, pero cuando se volvió a acercar, me alejé de prisa y dije que tenía que irme.
Pasé a la coordinación por unas calificaciones de otras materias, cuyos exámenes había sustentado. Eran cartas firmadas por los maestros, que debía presentar al hacer el trámite de revalidación. Dí las gracias a la secretaria, dije adiós a las personas que estaban ahí y, en la puerta, ¡el profesor Lech! Sin mediar palabra, me tomó en sus brazos y me besó con tal violencia que pensé que iba a desmayarme.
Lo único que pude hacer, fue corresponder al abrazo y entregarme a la caricia. Todavía no me terminaba de creer que yo pudiera gustarle a un hombre como él, tan atractivo, tan deseado por todas las compañeras de la carrera y por algunos chicos también.


A partir de ese momento, cambió en su modo de tratarme. Tuviera o no tuviera razón en los debates de la clase, quedaba como una tonta a los ojos de los demás. No me volvió a besar.
Hice de tripas corazón mientras pensaba que a la mejor tendría alguna novia o esposa, o que tal vez se arrepintió porque los europeos, y más los de Polonia, Rusia y Alemania, son como los israelitas y los gitanos; amoríos, nada más con su gente. Llegué a la conclusión de que, por tener poco tiempo en el país, era muy probable que no supiera decir en español que una alumna en las condiciones en que yo estaba, es decir, afectada por el artículo 19, ¡no era de su interés! ¡Si tan sólo me hubiera dicho eso desde un principio!
Fue así como aprendí acerca del poco respeto que se le tiene, en las universidades, al alumno rezagado. También comprendí que se le admite porque es parte del sistema que tienen las facultades para desconcertar a los jóvenes regulares, con posibilidades de terminar sus estudios a tiempo.
La universidad está para retardar las espectativas de ascenso social, oí decir al profesor Leonardo, en la clase de Producción II, mientras me aplicaba en la hechura de una máscara de yeso que aún conservo.
Tengo chinita la espalda. Estoy recordando cuando le dije, al profesor Lech, días antes de renunciar a su cátedra: ¡Si yo soy una tonta, usted está muerto!
Años después, hizo un magno evento de todas las manifestaciones de teatro que nacieron en la facultad. Audicioné para la puesta en escena. Participaron mis dos muñecos, Güicha y Marcelino y, desde luego, Cirenia, mi guitarra. Volvieron a pasar años y viví la experiencia que me llevó a la escritura de mi primer libro. Se lo enseñé. A raíz de eso, me mandó por email una invitación tras otra a todas sus actividades culturales. No me dieron ganas de ir. Sí puede ser que haya sido una tonta, pero él, ahora, está muerto. 


 Estas tomas del arco iris me dieron la sensación de que ha llegado con ventura a ese plano superior a donde dicen que todos vamos a dar. Profesor, espero que venga a verme cuando a mi me llegue el turno. Y espero que, para entonces, no le vaya a dar vergüenza volverme a besar.




Un recuerdo más, una enseñanza, un trozo de pan y queso, un alto en este camino, momento de contemplar. No puedo evitarlo. Tengo la sensación de que él quería que yo estuviera ahí, para despedirnos bien.


domingo, 23 de febrero de 2014

Hambre, saudad y egoísmo



Supe de la muerte de un grupo de inmigrantes marroquíes que intentaron alcanzar la costa de España. Quedé conmovida. También sentí que me hervía la sangre cuando leí comentarios de españoles que, según ellos, no hacen más que defender lo suyo, que con la presencia de extranjeros que llegan a trabajar, sienten amenazadas sus tradiciones, sus costumbres, su cultura, su religión y todo el modo de vida que les es familiar.

Leí temas de historia de la economía en occidente. Recibí un verdadero impacto al saber que toda la cultura se generó a partir de requerimientos del trabajo y el comercio, y si saber tal cosa fue un impacto para mí, tengo que entender que mucha gente, incluso, lo ignore; pero el hecho cierto es que las costumbres, las tradiciones y hasta la creencia en un dios, son elementos desechables cuando dejan de servir a los intereses de las actividades productivas.

Soy descendiente de inmigrantes españoles. La República Mexicana es mi país, porque mis ancestros no encontraron, en Europa, elementos que les ayudaran a sobrevivir y defenderse. La llegada de mis ascendientes a estas tierras data de la época de la primera República Española, hasta donde puedo estar segura, porque al terminar mi primer libro, empecé con la sensación de que no habían sido cristianos  ni judíos, sino musulmanes conversos, de tal manera que puede ser que vengan de más atrás. Después de todo, un español que viene a establecerse a América, lo hace con el apoyo de gente que ya está aquí y que ha pagado su viaje. Si algo tiene el inmigrante de la Península Ibérica, es que no llega a la deriva. 


Lo que piensan en España de los marroquíes, lo pensamos nosotros de los centro y sudamericanos que forzosamente tienen que cruzar México para llegar a sus objetivos, que son Canadá y Estados Unidos. Lo mismito pensamos de un grupo de cantoneses, allá por mayo de 1911, en Torreón, cuando una turba de soldados ebrios arremetió contra una comunidad de trescientas personas, incidente del que poco se habla en la historia y eso, ahí nada más en la Comarca Lagunera. Orgía de sangre que casi nos lleva a la guerra con China. 

 Hay, por el estado de Chiapas, un lugar que se llama “La Arrocera”, que tiene fama por la crueldad de los policías de migración al ejercer violencia en contra de los extranjeros. En el río Suchiate, se supo del caso de una mujer salvadoreña que fue obligada a quedarse en el agua por más de doce horas, hasta que pereció ahogada por agotamiento.

Los connacionales que emigran “al gavacho” (E.U.A.), también cuentan sus historias de las golpizas y humillaciones que reciben de los guardias fronterizos. Grandes odiseas de cruzar a nado el Río Grande (Río Bravo). Historias que casi siempre tienen un “final feliz”, representado por la obtención de la famosa “green card”.



 La migración es el juego que sustituye a la esclavitud. Las situaciones que obligan a la gente a dejar sus lugares de origen se marcan, por razones políticas, desde la familia: pobreza, malos tratos, enfermedades mentales, rechazo de compañeros de escuela, trabajo, vecinos, y rematando con sistemas de gobierno arbitrarios. Todo está preparado para que nunca falte alguien que se sienta impulsado a huir de una vida sin más perspectivas que estar defendiéndose de abusos, o perpetrando chingaderas para ganarse, si no el respeto, por lo menos el reconocimiento a su fuerza y, aún así, no tener posibilidades de ingresos que sirvan para más de lo indispensable. En mi juventud tuve una experiencia con una red enganchadora de gente para Norteamérica. Creo que fue acertada mi decisión de seguir siendo mexicana. Así moriré. 

Con la forma de trabajar que tengo, he visitado muchas capitales de estado y cabeceras de municipio. Pululan, entre los vendedores, dichos que rezan: “De lejos sabe llegar el que sin nada te ha de dejar”, “Un peso que ganen ellos, es un peso que la gente ya no nos da”. El ambulantaje es condenado por los mismos ambulantes y, en los países del mundo, son los mismos inmigrantes quienes no quieren que llegue gente nueva a un lugar. La desgracia es que pensamos y sentimos como inmigrantes hasta la cuarta generación.

El nacionalismo es un invento de comerciantes. Los países se formaron para satisfacer necesidades del comercio. Si no me creen, ahí está la historia de todos esos lugares de Europa en cuyos nombres se conserva la palabra “burgo”. Ahí también nacieron las cofradías y con ellas, los símbolos y sentimientos patrios. Todo un ardid de los burgueses para pasar por encima de la autoridad del feudo.